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viernes, 16 de diciembre de 2011

Irène Némirovsky: Los perros y los lobos

Irène Némirovsky es actualmente una autora muy  leída y comentada debido al gran éxito de Suite francesa y a las circunstancias de su vida y de su muerte. No he leído aún Suite francesa, es algo que tengo pendiente, y que sin duda pronto haré. Conocí a esta autora porque Niní, una compañera del club de lectura, me prestó Nieve en otoño y la obra que hoy comentaré. La primera edición en español de Los perros y los lobos es de abril de 2011, pero fue publicada por primera vez en 1940. Es la última obra que la autora publicó en vida, dos años antes de ser deportada a Auschwitz.

La prosa de Irène Némirovsky es concisa, nada sobra, todo es esencial. Con su estilo limpio y claro en las 221 páginas de la novela nos proporciona los elementos  básicos, como líneas bien definidas en un esbozo, de un asunto clave en la historia europea de la primera mitad del siglo XX: el antisemitismo. El desarrollo del tema corre paralelo a  la historia de amor que funciona  como  hilo conductor de la novela. Los hechos narrados tienen lugar durante la primera mitad del siglo XX, antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Los perros y los lobos es una novela que trata un asunto de actualidad en su época. En mi opinión, el antisemitismo es el tema central de la novela, que la autora nos presenta envuelto en dos líneas argumentales: la peripecia vital de la familia Sinner, judíos de Ucrania, como ella misma, y la forma en que la condición de judíos marca de forma indeleble las vidas de los personajes a través de sus relaciones económicas, sociales, familiares y amorosas.
Ada Sinner, personaje principal, pertenece a la rama pobre de los Sinner. Ada y su padre  viven en una ciudad de Ucrania, en la ciudad baja, zona habitada por los pobres, por “la chusma, los judíos desharrapados, los pequeños artesanos, los arrendatarios  de sórdidas tiendas, los vagabundos y una horda de chiquillos que se revolcaban en el barro, sólo hablaban yidis y llevaban camisas andrajosas, enormes gorras sobre los delgados cuellos y largos tirabuzones negros”.  Ada es huérfana de madre. Su padre se gana la vida como intermediario comercial. Viven pobremente. Un día llega su tía Rhaisa para cuidar de ellos acompañada de sus dos hijos Ben y Lilla. La vida de Ada cambia, pues va entablando una estrecha y particular relación con su primo Ben.
Un día tiene lugar un pogromo. Violencia, saqueos, destrozos. Los niños son obligados a esconderse. Al día siguiente, cuando son conducidos a una casa donde estarán a salvo, Ada contempla estremecida su calle después del saqueo:
“¿Era aquella su calle de siempre? No la reconocían. Parecía otra, extraña y amenazadora. Los edificios de tres o cuatro pisos apenas habían sufrido daños –algunos cristales rotos-, pero las casitas, numerosas en el barrio pobre, los tenderetes, las carnicerías tradicionales, los talleres compuestos de una planta, un desván y un mísero tejado, parecían haber sido arrancados del suelo y arrojados unos sobre otros como al paso de un ciclón o una inundación; otras casas, sin puertas ni ventanas, ennegrecidas por el humo y destripadas, parecían ciegas y despavoridas. El suelo estaba cubierto de un extraordinario revoltijo de chatarra, cristales, fragmentos de hierro colado, vigas, ladrillos, restos indescriptibles entre los que se distinguía una bota, los pedazos de un tiesto, el mango de un cazo…”.
Se produce un violento ataque de los cosacos y los dos niños huyen en busca de refugio. Ada decide que deben ir a casa de sus primos ricos. Este es un hecho que será decisivo, pues el viejo Sinner les ayuda y ofrece un trabajo a Israel Sinner, el padre de Ada. Ella, por su parte ve a Harry, el niño de la familia, que vive protegido entre algodones, ignorante de cualquier penalidad. A partir de este instante, Ada vivirá pensando en conocer personalmente a Harry. La inesperada visita de Ada y Ben a casa de los Sinner ricos pone de manifiesto que  su condición de judíos les une en una cierta solidaridad familiar y en el destino común de perseguidos y emigrados, pero no es suficiente para borrar las insalvables diferencias de clase entre judíos ricos y judíos pobres.
Los Sinner ricos se han librado momentáneamente del pogromo en Ucrania por el hecho de ser ricos, de vivir en la ciudad alta, adonde no llega el ruido de la violencia sufrida por los pobres de la ciudad baja, pero no se libran posteriormente del exilio. Años después les encontramos a todos en París: Ada y Ben se han marchado con su tía y su prima en busca de un futuro mejor y más seguro, influidos por las expectativas que despierta en ellos la fantasía de Madame Mimí. Ada empieza a dedicarse a la pintura. Se casa con Ben, pero de quien está realmente enamorada es de Harry, que  también vive en París, enamorado de Laurence, una chica perteneciente a la alta burguesía parisiense, con la que se casa después de que esta  logre vencer la resistencia de su familia ante el matrimonio con un judío. A raíz de este casamiento  asistimos al rechazo a los judíos por parte de la buena sociedad francesa. Ser rico no es suficiente para ser aceptado, pesa más la condición de judío.
Ser judío, en el contexto descrito de forma magistral –no hay otro calificativo- por la autora, va unido a la actividad económica, a los negocios, a la banca, en el caso de los Sinner. Participan tanto del auge como de las miserias del capitalismo más corrupto. Es lo que ocurrirá con actividad desarrollada por Ben en su trabajo en el  banco de Harry Sinner, quien es poco más que una figura decorativa, pues son sus tíos quienes llevan el control de todo. Harry, el niño demasiado protegido se convierte en un adulto que dimite de sus responsabilidades profesionales en el banco. No lucha contra el poder de sus tíos, que le tienen arrinconado. Se limita a la vida fácil de joven rico. El escándalo producido por los audaces manejos económicos de Ben implica directamente a Harry, cuyo matrimonio peligra debido a su relación amorosa con Ada.  La claudicación de Harry supone el triunfo del  interés y de la sumisión a unos patrones sociales y económicos. que representan su salvación.  La renuncia de Ada es presentada en la novela como un acto de amor y de coherencia personal.
La única auténtica heroína de la novela es Ada. Su amor por Harry y su dedicación a la pintura marcan su vida de mujer adulta. Son precisamente dos cuadros suyos lo que despierta el interés de Harry y gracias a ellos se encontrarán y vivirán un amor apasionado y entregado. Los cuadros de Ada  poseen el don de hacer que Harry se reconozca en ellos y se encuentre consigo mismo. A partir de este instante, la relación entre ellos será cálida, fácil y fluida. No así la relación entre Harry y Laurence, que empeora día a día. Laurence y Ada se revelan como personajes antagónicos, como figuras femeninas antitéticas. Ada es el personaje con más fuerza de toda la novela, quizá el único personaje coherente y puro en su autenticidad, en la fidelidad a sí misma. Ni traiciona ni se traiciona a sí misma.
Me ha encantado esta novela y me admira la forma en que la autora, con su estilo depurado, y en un relato de tan sólo 221 páginas, sabe tratar tantos temas relacionados que se desarrollan a la par que las vidas de los personajes. Dice mucho, muchísimo, con gran economía de medios, entre los que destaca la viveza y la concisión de los diálogos. Irène Némirovsky domina el arte de la palabra esencial. No en vano fue gran admiradora de Chéjov.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Poema del mes. Diciembre: Poesía a la carta y Gioconda Belli

Antes de presentar el poema del mes –una forma totalmente personal y subjetiva de destacar un poema o un autor-, quiero referirme a un ameno y bellísimo libro, o libro-revista, como se prefiera: Poesía a la carta. La gastronomía en el arte y la literatura, número 241 de la revista Litoral. Es un regalo que me hice, me di el capricho de un lujo.
Lo esencial de la gastronomía en su sentido más puro y más placentero aparece tratado a través de textos literarios en los que la poesía ocupa un lugar preferente. Interesantes comentarios y artículos sobre el arte y el placer de comer abren este número de la revista y el apetito para seguir leyendo y disfrutando de las hermosas y bien escogidas imágenes que ilustran los temas tratados.
Poesía a la carta recoge en primer lugar una larga serie de temas generales sobre la gastronomía y pasa a continuación a presentar los alimentos más básicos vistos desde la poesía y el arte: el pan, el queso, el café, los huevos, la sopa, la verdura, la patata… No faltan tampoco momentos especiales como los desayunos, las cenas y los banquetes. Y, cómo no, las bebidas. Lope de Vega, Manuel Vázquez Montalbán, Neruda, Luis Alberto de Cuenca, Gioconda Belli, Luis Mateo Díez entre muchos otros nos evocan manjares y delicias, nos incitan a paladear y a contemplar desde la poesía, la sensualidad o el humor platos y productos tan familiares y conocidos que si no fuera por ellos, tal vez nunca habríamos reparado en lo que tienen de exquisito o de especial.
Cuando me entretengo leyendo y mirando tan hermoso libro, yendo un poco al azar muchas veces, no puedo dejar de recordar una película que vi hace años, Comer, beber, amar, de la que me gusta tanto el título como el argumento. Comer, beber, amar, esto es de lo que trata Poesía a la carta, pues erotismo y sensualidad andan a la par con sabores, texturas, colores, metáforas… Lorenzo Saval en el Editorial destaca que “Este número de Litoral es una invitación al paladar, un banquete para todos los sentidos”.
De entre todos los pasteles y dulces, mi preferido es el chocolate, el buen chocolate, intenso, suave, sensual, como el de este poema de Gioconda Belli, poetisa nicaragüense, que aparece en la sección "Pasteles y dulces" de Poesía a la carta:
PLACER DEL CHOCOLATE
Un cuadrado oscuro de chocolate
tiene para los dientes
el mismo efecto sensual
que el lodo en los pies traviesos de la niñez.
En la lengua, la densa materia oscura
suelta salivas en rojos cauces.
El chocolate se disuelve en dulce espeso fango
cuando lentamente se acarician los bordes
hasta que la tableta en la cavidad cálida
suelta aromas, recuerdos y flores
en las distendidas papilas.
Ríos de chocolate
atraviesan encías e resquicios dentales
y el placer - que uno sabe fugaz -
da sus vueltas atrapado en la boca.
Devoro chocolate ahora que no te tengo
para, lí­citamente y sin culpas,
abandonarme al erotismo.

Comiendo chocolate pienso en tu piel a mordiscos
pienso en tus piernas
tus pies
pienso en los manjares suculentos
de la vida.

¡Cuántos buenos momentos pasamos con un pedacito de chocolate! Después de comer, o después de cenar, o en la cama con un buen libro.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

La belleza de la humilde cebolla: entre Renoir y Neruda

Las odas de Pablo Neruda expresan la belleza de las cosas humildes, de los seres corrientes, de los objetos gastados por el uso, algunos tan amados. La humilde cebolla, ese manjar, que junto con el pan es el futuro alimento de jóvenes amantes que no tienen otra cosa que su amor, esa delicia de la cocina popular o de la más sofisticada, es cantada por Neruda en su "Oda a la cebolla". Cuando el año pasado fui al Museo del Prado a ver la exposición dedicada a Renoir, me encantaron los bodegones, pero muy especialmente "Cebollas".


Tanto el poema como el cuadro me enseñaron a ver las cebollas con otros ojos. Antes eran simplemente ingredientes de una ensalada o de la preparación de cualquier plato. No tenían para mí otra entidad. Desde que contemplé la pintura de Renoir en vivo y en directo, aprecio y valoro las cebollas por su belleza: su delicado color, la crujiente ligereza de sus capas, su suave brillo... La oda de Neruda, por su parte, es una auténtica explosión de bellas metáforas en torno a la cebolla:
Cebolla
luminosa redoma,
pétalo a pétalo
se formó tu hermosura,
escamas de cristal te acrecentaron
y en el secreto de la tierra oscura
se redondeó tu vientre de rocío.

Bajo la tierra
fue el milagro
y cuando apareció
tu torpe tallo verde,
y nacieron
tus hojas como espadas en el huerto,
la tierra acumuló su poderío
mostrando tu desnuda transparencia,
y como en Afrodita el mar remoto
duplicó la magnolia
levantando sus senos,
la tierra
así te hizo,
cebolla,
clara como un planeta,
y destinada
a relucir,
constelación constante,
redonda rosa de agua,
sobre
la mesa
de las pobres gentes.

Generosa
deshaces
tu globo de frescura
en la consumación
ferviente de la olla,
y el jirón de cristal
al calor encendido del aceite
se transforma en rizada pluma de oro.

También recordaré cómo fecunda
tu influencia el amor de la ensalada
y parece que el cielo contribuye
dándote fina forma de granizo
a celebrar tu claridad picada
sobre los hemisferios de un tomate.

Pero al alcance
de las manos del pueblo,
regada con aceite,
espolvoreada
con un poco de sal,
matas el hambre
del jornalero en el duro camino.
Estrella de los pobres,
hada madrina
envuelta en delicado
papel, sales del suelo,
eterna, intacta, pura
como semilla de astro,
y al cortarte
el cuchillo en la cocina
sube la única lágrima
sin pena.
Nos hiciste llorar sin afligirnos.

Yo cuanto existe celebré, cebolla,
pero para mí eres
más hermosa que un ave
de plumas cegadoras,
eres para mis ojos
globo celeste, copa de platino,
baile inmóvil
de anémona nevada
y vive la fragancia de la tierra
en tu naturaleza cristalina.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Rupa Bajwa: El vendedor de saris

No conozco para nada la literatura india. Este libro es el primero que he leído, por tanto no tengo referencias de ningún tipo, no puedo comparar. Desconozco tendencias, temas, estilos, épocas: no sé nada. Mi hija y mi amiga Juana leyeron la novela antes que yo y ya me dijeron que les había gustado, pero que la encontraban triste. Y esta ha sido también mi impresión. Una novela interesante, de fácil y agradable lectura, bien construida, pero muy triste.
 Ramchand es un joven de veintiséis años que trabaja de dependiente en una tienda de saris en la localidad de Amritsar. Su vida es mísera, rutinaria y monótona. Es como si estuviera  aplastado y alienado por la rutina. Lleva años haciendo lo mismo. Vive solo en un cuartucho alquilado, sus padres murieron cuando era niño y quedó al cuidado de sus parientes, que se quedaron con las pertenencias de sus padres que le habrían correspondido a él. Sus relaciones sociales se limitan a los compañeros de trabajo, a su jefe y a las clientas de la tienda. Ramchand pasa por la vida como un espectador, pues todo cuanto vamos descubriendo acerca de la vida y de la sociedad de la India moderna es a través de sus ojos y de sus percepciones.
Para Ramchand cualquier novedad supone un transtorno, una alteración de su estado de ánimo temeroso, tímido y apocado. Los acontecimientos importantes de su vida se concentran en visitar a algunas clientas ricas que tienen bodas en perspectiva para mostrarles los saris y facilitarles las compras. Fuera de la tienda, se siente fascinado por la mujer de su casero, a la que observa desde su casa, maravillado por las actividades domésticas que la joven realiza durante el día. El casero y su familia tienen lo que en el fondo de su corazón Ramchand  ansía: vida y afecto.
Un día su jefe le envía a casa de Chander, otro dependiente que no ha acudido al trabajo. Al llegar a casa de su compañero se encuentra con un panorama desolador: su amigo está muy alterado y en un rincón ve a su mujer tirada, con señales de haber sido golpeada. Esta escena le produce una viva impresión. A partir de este momento aumenta la tensión narrativa. Kamla, la esposa de Chander, pasa a ocupar un lugar destacado como personaje de gran carga dramática hasta el final de la novela.
El vendedor de saris es un relato sorprendente. La autora adopta el punto de vista de su personaje. El estilo narrativo es simple, de tono aparentemente inocente. De buenas a primeras tiene un cierto de aire de novela de tesis. Todo está contado de una forma muy sencilla, con bastantes simplificaciones, de modo que mientras leía me preguntaba en qué pararía todo, tanta sencillez resultaba sospechosa. Ramchand no se cuestiona nada, no se rebela contra nada ni contra nadie, es un chico bastante timorato. Pero  tampoco lo hacen otros personajes de su mismo nivel social.
A lo largo de la novela la autora contrasta continuamente ricos y poderosos con pobres y  miserables, lujo y pobreza. Destacan las diferencias entre hombres y mujeres, y sobre todo, las diferencias entre las mujeres pobres y las ricas o acomodadas, aunque todas dependen de los maridos. La única mujer mayor independiente es la señora Sachsdeva, profesora de la universidad y la única joven independiente es Rina, hija de un hombre rico, que ha cursado estudios superiores y se ha casado por amor. Rupa Bajwa ofrece un panorama de la India moderna poco alentador. Es ciertamente una visión crítica en la que la simplicidad de los personajes resulta engañosa.
Algunos planteamientos de corte naturalista, como los orígenes de Ramchand  y los de Kamla, marcados por la muerte de los padres,  por el abandono y la falta de afecto, que anulan su capacidad de reacción constructiva y de salir de la triste situación en que se encuentran, van más allá de lo meramente argumental para apuntar un mensaje desesperanzador: en la India de hoy, todo progreso y toda riqueza son aparentes, pues los más desfavorecidos son los más castigados, incluso por los de su propia clase social, paralizada por cientos de años de arcaica tradición que no ha hecho otra cosa que perpetuar las desigualdades, la negación de derechos y la crueldad.
Al acabar la lectura me invadieron el desaliento y la tristeza, pero me pareció una novela buena, bien pensada, coherente, con un enfoque basado en poner de relieve todo tipo de contrastes. La inocencia de Ramchand no le salva de la cobardía y de la bajeza, de la connivencia acomodaticia con quienes se portan cruelmente. No se entrevé la esperanza del cambio hacia una sociedad más igualitaria y más justa, porque estos valores no han arraigado en el corazón de las personas a la vez que las modas occidentales.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Literatura comparada: una carta de Pedro Salinas

La idealización de la realidad -tema que Pedro Salinas analiza a fondo en su estudio sobre la poesía de Garcilaso de la Vega, poeta con el que sentía una gran afinidad-, se  materializa de una forma deliciosamente divertida en la carta que escribió a Katherine Whitmore  desde Santander el 30 de enero de 1933. Evidentemente, se trata de la carta de un hombre  para quien literatura y vida no tienen fronteras, son una misma cosa. En ella, la expresión de su amor y admiración por la belleza de la mujer que ama queda envuelta en los ecos del amor idealizado que don Quijote sentía por Dulcinea, “la sin par Dulcinea”. Cuando leí esta carta me vino a la mente  el capítulo cuarto de la primera parte de Don Quijote de la Mancha, donde dice así don Quijote:
“- Bien te puedes llamar dichosa sobre cuantas hoy viven en la tierra, ¡oh sobre las bellas bella Dulcinea del Toboso!, pues te cupo en suerte tener sujeto y rendido a toda tu voluntad e talante a un tan valiente y tan nombrado caballero como lo es y será don Quijote de la Mancha.”
Momentos después se enfrenta con unos mercaderes exigiéndoles el reconocimiento de la belleza de su dama:
“- Todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo todo doncella más hermosa que la Emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso.”
Lo más de lo más. Lo que Katherine Whitmore fue también para el poeta. En su carta le comenta la sensación que le producen algunas de sus obligaciones profesionales, cuya importancia e interés quedan relegados a un segundo plano, porque para él lo más valioso y esencial es ella. Es en la expresión de esa esencialidad donde podemos reconocer esos ecos cervantinos, en los títulos que medio en broma y medio en serio otorga a su dama. Así como Dulcinea es Emperatriz de la Mancha, lugar real para don Quijote, Salinas concede a Katherine Whitmore títulos de importancia parecida, que aluden a lugares significativos en su biografía amorosa.
“[…] Estaré todo el día entre ese elemento odioso llamado las autoridades y que denota lo fácil que es gobernar un país cuando se deja regir por semejantes idiotas. De lejos le parece a uno, al cándido vulgo, que su gobernador, su alcalde, son seres infinitamente sabios y capaces, alumbrados de todas las virtudes. De cerca se ve que son pobres gentes mediocres abrumadas por un nombre. No es mi género. Prefiero cien veces la gente del pueblo, no adulterara, ignorante, espontánea, si tiene finura natural, a estos pseudo-todo: pseudo intelectuales, pseudo educados, pseudo gobernantes. Nunca escogeré mis amigos ni mis compañías por el lugar social ni por el renombre. No colecciono tipos del Who’s Who. Yo tengo el mío. Mi almanaque Gotha. Y en la primera página está el retrato de Her Mayesty Katherine Reding, con una larga serie de títulos [con] que yo la he discernido: Emperatriz del Atlántico, Presidenta de la República de Northampton, Gran Duquesa de Kansas, Princesa de Monte Esquinza, fundadora de Toledo, de Alicante, de Tarragona y Barcelona, restauradora de Madrid, Papisa, in partis infidelibus, de Santander, Sirena Mayor del Mediterráneo, descubridora del Peñón, monarca de las Amazonas mecánicas (vulgo automovilista), benefactora de Smith College y otras instituciones de enseñanza que ha honrado con su presencia, estrella fugaz del curso de Madrid, representante auténtica de la Mitología y la Fábula en el mundo de hoy, marquesa de Bremen, condesa de Majestic, baronesa de Aquitania, poseedora en exclusiva a perpetuidad con patente para América y España de los ojos más bonitos, de la boca más bonita, del cuerpo más bonito, del alma más bonita, y del hombre más tonto (que suscribe y se honra con este título) del mundo. ¿Qué te parece la primera página de mi Who’s Who? Aún queda más. Y luego, dejo cien páginas en blanco para guardar la debida distancia entre tú, los demás, y aislar a tan gran dama de toda proximidad o cercanía con lo humano lateral. ¡Pero qué de bobadas te estoy diciendo, darling mía! Qué modo de empezar un día oficial. ¡Si lo supieran todos estos tipos que se creen importantes y que me tendrán por un señor formal! No saben que tengo mi alegría nueva, mi gozo oculto, mi vacación interior, mi juego, mi divino juego, el más serio de todos y el más jubiloso de todos, mi amor a ti, todo, tu 
                                                                                                                                                                  Pedro"
[Pedro Salinas, Cartas a Katherine Whitmore. Tusquets. Barcelona, 2002. Edición y prólogo de Enric Bou.]

sábado, 5 de noviembre de 2011

Poema del mes: Antonio Colinas

Este lluvioso sábado de otoño, con sus nubes grises blanquecinas u oscuras, con el aire quieto y húmedo sin llegar a ser frío, conecta bien con este poema de Antonio Colinas (1946), "Noviembre en Inglaterra", perteneciente al libro Sepulcro en Tarquinia (1976). Texto evocador, apunta directamente a estos sueños y deseos de otras tierras y otros paisajes que a veces nos invaden. Más que un paisaje en sí, se busca lo que este evoca en el fondo de cada uno.
"Noviembre en Inglaterra" invita a la relectura. El poema tiene su propio ritmo y el lector interesado debe hallarlo sin el apoyo de una puntuación convencional. El sentido y el ritmo de las frases se crean mutuamente.
NOVIEMBRE EN INGLATERRA 
                               Happy is England
                                         Yet do I sometimes feel a languishment
                                         For skies Italian.
                                                                                 JOHN KEATS

yo sé que ahora es noviembre allá en Inglaterra
son azules las noches y copiosas en astros,
cosa extraña pues ya la nieve va cayendo
en los montes de Escocia, voraz consume el fuego
las ramas del espino, cuelan desnudas ramas
el sol que filtran tristes las cortinas y deja
su oro viejo en los libros de vuestras bibliotecas,
aún se puede apreciar, en el fondo de prado
con escarcha, las luces de los invernaderos,
es ésta la estación más pura, ni la música,
ni el arte, ni los besos, la corrompen, sólo hay
como una expectativa inmensa sin los pájaros,
un silencio de lunas y de soles muy fríos
que sin embargo dicen al corazón que sueña
otras tierras: escúchate, aquí termina el mundo,
sublime apoteosis del respeto y las rosas,
no bajes hacia el mar que, tenebroso y húmedo,
alberga toda muerte.

domingo, 23 de octubre de 2011

Remei Margarit y Marcel Villier: poesía, arquitectura y paisaje

Revolviendo en el BookCrossing de la escuela tuve la gran suerte de encontrarme con Castells a la sorra dels dies, un librito que despertó mi curiosidad al ver el nombre de la autora y del ilustrador: Remei Margarit y Marcel Villier, respectivamente. Nada más abrirlo los poemas me cautivaron y corrí a sentarme para leer. Uno tras otro, como pequeñas estampas intimistas, me entregaron el sabor de momentos junto al mar, de la paz de algunas tardes o de rincones del hogar propicios al recuerdo o a la meditación y la nostalgia.¡Qué hermosos me parecieron!

Remei Margarit (Sitges, 1935) es licenciada en Psicología por la Universidad de Barcelona y colaboradora del periódico La Vanguardia. En su faceta literaria, es autora de tres novelas, un libro de relatos y del libro de poesía De la soledat i el desig (1988). Castells a la sorra dels dies es de 2009.


"La calma" es uno de los poemas que más me gustan:

El temps és la galerna
que s'emporta el somni.
Aquests moments sense tu
són el llarg viatge que mena
d'un bes a l'altre,
com aquest mar sense ones,
sols un batec de vida que reposa.
La insistent calma
n'ha fet un mirall
de l'aigua.
Les veles a l'horitzó
esperen també
l'abraçada del vent.

Otro es "Aquell somriure"

Aquell somriure és l'esperança.
Per la finestra entra l'alba
quan la nit em deixa.
El cel translúcid
encara no gosa
vestir-se de blau
i no ho sé si a llevant
hi ha tempesta.
A ponent, la lluna s'amaga
i la roba estesa
guarda el fred de la nit.
El sol venç cada dia
la subtil història
que el somni ha teixit.

El libro está ilustrado con algunas obras de Marcel Villier. Es una verdadera lástima que la calidad de las reproducciones no sea buena y el lector no pueda hacerse una idea cabal del nivel de este artista. Por ello, para situarle en el lugar que sin duda merece, incluyo junto al libro de poemas de Remei Margarit el de Marcel Villier Ribas Arquitectura i paisatge de Menorca, que recoge 76 de sus obras, básicamente acuarelas y algunos grabados. ¡Me encanta este libro!

Al dominio del dibujo y de la técnica de la acuarela se impone el  artista. La Menorca de Marcel Villier es una Menorca que se lleva en el alma. Paisajes serenos, casas de campo, interiores, rincones de patios y jardines, paisajes desde una ventana... todo ello impregnado de ternura, de gracia, de encanto inigualable con un sello personal que le hace inconfundible.
Remei Margarit es la autora de uno de los diversos prólogos que encabezan la muestra de la obra gráfica de Marcel Villier. No me sorprende, pues existe una clara afinidad entre el tono de los poemas y la atmósfera contenida en las acuarelas. "A la seva pintura, la qualitat que més hi destaca ése una gran sensibilitat en el tracte de les formes. Hi ha també una lleugeresa efímera, gairebé immaterial, que fa sentir la fragilitat humana com una parte essencial de l'existència. Els dibuixos i pintures d'en Marcel fan companyia per això mateix, perquè són essencial. Potser és això el que l'Art ens aporta: aquells moments de vida captats en un gest, en una forma, en un color."

Ambas obras son una invitación irresistible al disfrute de un bello momento de paz entre la poesía y el arte.


viernes, 21 de octubre de 2011

Sándor Márai: La gaviota

Novela publicada en 1943. Hungría. Segunda Guerra Mundial. Un alto funcionario de la administración recibe la visita de una joven extranjera que le impresiona y le perturba, pues se parece muchísimo a su amante muerta años atrás. Es como si otro ser hubiera adoptado el cuerpo de la mujer muerta y regresara de la tumba. Se trata de una joven maestra finlandesa que busca un empleo y necesita una recomendación.
Atrapado por la sorpresa y el misterio de tanto parecido, invita a al a ópera aquella misma noche a la joven Aino Laine, de poético nombre, pues significa Única Ola. La belleza de la joven, su elegancia, su inteligencia, su dominio de varios idiomas le subyugan. De camino, se asoman a un puente sobre el Danubio y contemplan las gaviotas durante unos momentos. Al salir de la ópera, él la invita a su casa y allí prosiguen el diálogo que han iniciado nada más romper el hielo en el encuentro de la mañana.
Al leer a Sándor Márai se toma conciencia de estar ante ante la Literatura y no ante la vida, ante un objeto de arte cuyo fin es la belleza y  la creación de significado. Digamos que el arte ayuda a entender la vida. En este caso, la prosa magistral de Márai, densa, modulada, rica, proyecta su luz sobre aspectos de las almas de los personajes. Conduce nuestra mirada hacia percepciones o hacia temas que quizá estaban latentes en nuestra conciencia esperando un resquicio para revelarse: el amor como destino; los hechos de la vida de cada persona como algo que es parte de un plan que alguien ha trazado en algún lugar; las semejanzas físicas entre seres humanos, algo así como el “doble”… Multitud de temas discurren al hilo de los diálogos entre los dos personajes  y de las reflexiones del funcionario húngaro. Estas digresiones vienen a ser como breves fragmentos de ensayos entretejidos en la acción y en el diálogo. En ellos se sumerge el lector sin darse cuenta, pues todo es parte del punto de vista del personaje. En un largo parlamento, hacia el final de la novela, el funcionario le dice a la joven:
“Yo amé a una persona, lo cual también constituye un hecho. Y ahora de repente comprendo que más allá de las citas neuróticas que los creadores de noticias, películas y novelas definen como amor, entre el hombre y la mujer existe realmente algo fatal, irrepetible e inevitable, algo personal, algo que queda por encima de este mundo y de la tumba. Por ejemplo, si esta noche bebiera cianuro (una idea descabellada, lo sé) no cambiaría las leyes ni solucionaría nada. Algo me obligaría a salir de la tumba para amarte, mejor dicho, para amar a la persona que tú eres ahora, más allá de la vida terrenal y la tumba. ¿Estás de acuerdo? Me alegra que me escuches con calma y que no protestes cuando trato de comprender (con al experiencia de mi trabajo a mis espaldas) las consecuencias de los hechos. Los astrólogos, que hoy en día no llevan un capirote en la cabeza y en su mayoría no son más que diligentes matemáticos, afirman que hay tres hechos que el libre albedrío del hombre no puede cambiar: el nacimiento, la muerte y el amor… Estos tres hechos son más poderosos que cualquier fuerza y voluntad humanas. Porque hay parejas, Aino Laine, dos personas arrastradas en el espacio una hacia la otra por una única ola, que no pueden evitar encontrarse, no son capaces de escapar la una de la otra ,ni yendo al norte o al oeste, y tampoco a la India o a la tumba… Deben regresar en el espacio y el tiempo para reunirse.”
Las meditaciones a las que se entrega el hombre, motivadas por la impresión que le ha producido el encuentro con Aino Laine, le llevan a evocar a su amante muerta, la relación de amor que mantuvo con ella  y  las circunstancias de su suicidio. Del  contraste constante de las dos mujeres surge una semejanza tras otra, a pesar de que la joven finlandesa aparece siempre envuelta en el misterio. Ambigua y un tanto misteriosa es también la figura del narrador protagonista, pues el lector nunca llega a saber muy bien en qué consiste exactamente la importante orden que acaba de cursar nada más empezar la historia.

 El hombre se siente temeroso, desconfiado e intrigado por este inesperado encuentro. La trama circula por dos vías, la del pasado en relación con la mujer muerta y la del presente del encuentro con Aino Laine, hasta confluir en un punto en que después de una larga serie de digresiones en las que se entrelazan diversos temas, todos ellos relativos en el fondo al misterio y al sentido de la existencia humana y sus circunstancias, la acción se resuelve sobre el terreno del misterio y la ambigüedad, como misterioso, ambiguo y subjetivo es el tema del destino.
La historia del funcionario y de la joven  Aino Laine tiene como trasfondo la Segunda Guerra Mundial. Ambos personajes se ven afectados por ella en mayor o menor medida. Es algo que no pueden obviar porque su situación es también fruto de esta guerra. Hallamos en la novela retazos de la imagen de un mundo que se quebró y desapareció para siempre. Sin duda Sándor Márai debió de vivir con ansiedad y angustia esta etapa turbulenta de la historia de Europa. Me impresionó la forma en que Aino Laine describe el derrumbe a causa de las bombas de la casa donde vivía con su familia:
La única casa del mundo donde sabía lo que había en cada cajón; en el salón, junto a la chimenea, estaba el sillón en que murió mi abuela, el mismo en que solía sentarse mi padre a leer por las noches, cuando volvía de trabajar. Había muchas cosas en aquella casa. Por ejemplo, un cuarto desde donde se veía el mar, los veleros: era mi habitación. Y todo lo que hay en una casa donde han vivido abuelos, padres e hijos. Allí nací y allí por poco muero, pues nos quedamos atrapados en el sótano y el humo nos asfixiaba. Aquello era la realidad. Y el que no lo haya vivido, el que no haya experimentado lo que se siente en un sótano, cuando a uno se le viene la casa encima y todo lo que ha formado parte de la vida familiar, todo lo que significa la niñez, queda reducido a cenizas, tal vez no sepa del todo lo que es esta guerra.”
A medida que se avanza en la lectura y se acerca el final, todo confluye, nada es dejado al azar, todo encaja, igual que encajan todos los hechos que se producen para que se cumpla un destino. Reaparece el símbolo de la gaviota,  ave que representa tanto la libertad como la fuerza de la vida que late bajo las apariencias.
Sin embargo, el final de la novela no es explícito, el narrador nos obliga a leer entre líneas, a deducir, a suponer e imaginar. Nada se dice claramente. En mi opinión se trata de una novela poética y a la vez de reflexión, como otras de Sándor Márai, quien gusta de entrelazar acción, introspección psicológica de los personajes y reflexiones existenciales. Ello no le resta tensión narrativa. A mí me absorbió desde las primeras páginas. Me ha gustado ese juego con la insinuación y el misterio.

domingo, 16 de octubre de 2011

Irène Némirovsky: Nieve en otoño

Tenía pendiente el comentario de esta novela, pues entre una cosa y otra me estoy dedicando ahora a varios libros a la vez y no acababa de encontrar el momento. Leí Nieve en otoño en una tarde, prácticamente. Novela corta, pero densa de contenido. Con un estilo literario conciso, ajustado, en el que se percibe la influencia de su admirado Chéjov, Irène Némirovsky nos transporta a la Rusia revolucionaria, de donde muchas familias acomodadas tuvieron que exiliarse.
La nieve de otoño es el elemento evocador de lo perdido para Tatiana Ivanovna, la anciana sirvienta de la familia Karin, el cordón umbilical que la vincula con Rusia, su mundo, desde su exilio en París.   Tatiana Ivanovna, que ha criado varias generaciones de los Karin, permanece en la casa durante una temporada después de que en enero de 1918 los señores se marchen.  La familia lo ha perdido todo: propiedades, posición social, organización familiar, costumbres… Incluso la propia familia no se halla al completo, pues Kiril y Yuri marcharon  al combate a luchar contra los revolucionarios.
Un día Tatiana Ivanovna decide seguir el camino de sus señores y, con las joyas de la señora cosidas en el dobladillo de su falda, emprende viaje a  Odesa, donde la familia malvive:
“Los Karin jamás olvidarían el instante en que abrieron la puerta y la vieron, apurada pero serena, con el hatillo al hombro y los diamantes golpeándole las cansadas piernas; tampoco olvidarían su pálido rostro, que parecía haberse quedado exangüe, ni su voz al anunciarles la muerte de Yuri.
Vivían en el barrio del puerto, en una habitación oscura, con sacos de patatas colgados de las ventanas para amortiguar el impacto de las balas. Yelena Vasílievna estaba acostada en un jergón extendido en el suelo y Lulú y Andréi jugaban a las cartas a la luz del infiernillo, donde se consumían tres trozos de carbón. Había empezado el frío, y el viento penetraba por los cristales rotos.”
Después de Odesa, en 1920, los Karin logran llegar a Constantinopla y desde allí a Marsella. Sin apenas nada, con los recursos ya agotándose, paran en un hotel, haciendo un alto en el camino e intentando con todas sus fuerzas respirar el aire de la libertad. A comienzos del verano llegan a París y alquilan un pequeño piso, pobre y oscuro, donde la vida es miserable y llena de estrecheces. Viven al revés, enclaustrados de día en la casa cerrada para evitar olores y ruidos intolerables. No obstante, París brinda a los Karin la posibilidad de mantener un cierto contacto con la vida, de realizar actividades y salidas algo gratificantes y satisfactorias. Digamos que para ellos la vida sigue, aunque no sea de lo mejor.
La vida en París es para Tatiana Ivanovna el verdadero envejecimiento, un proceso de consunción lejos de Rusia, de la tierra y el clima que ella en verdad ama y añora desesperadamente, pero sobre todo lejos de su sistema de vida y de sus creencias personales y sociales. En Rusia era querida y respetada, tenía una posición en la familia de sus señores. Ahora se ha convertido en una mujer vieja que ni es comprendida ni comprende a los jóvenes, que se aferran a los breves placeres que pueden arañar de vez en cuando, que les hacen sentirse vivos. La joven Lulú le reprocha su actitud vigilante y moralista:
"- ¿Puede saberse qué te pasa? Todas las noches la misma cantinela –dijo al fin con la voz enronquecida por el vino y el tabaco, pero tranquila-. ¿Y en Odesa, Dios mío? ¿Y en el barco? ¿No te diste cuenta de nada?
-  Qué vergüenza… -murmuró la anciana entre asqueada y dolida-. ¡Qué vergüenza! Tus padres, que duermen ahí al lado...
- ¿Y qué? ¿Acaso te has vuelto loca? No hacemos daño a nadie. Bebemos un poco y nos besamos, ¿qué tiene de malo? ¿Crees que mis padres no hacían lo mismo cuando eran jóvenes?
- No, hija.
- ¿Ah, eso piensas?”
Llega el otoño. Tatiana va encerrándose cada vez más en sí misma, aislada del entorno y de todos. Se pasa las horas muertas viendo caer la lluvia tras los cristales sin comprender nada de la forma de vida de los parisienses:
“¿Cómo podían vivir encerrados en aquellas casas oscuras? ¿Cuándo llegaría la nieve?”
La nieve que no llega y su añoranza y su soledad crecen día a día. La desesperanza se apodera de Tatiana Ivanovna.
“Aquellos techos bajos la asfixiaban. Karinovka… La gran mansión, con sus enormes ventanales, por los que el aire y la luz penetraban a raudales, sus terrazas, sus salones, sus galerías, donde las noches de fiesta se acomodaban holgadamente cincuenta músicos… Recordó la Nochebuena en que Kiril y Yuri se habían ido. Aún creía estar oyendo el vals que habían tocado esa velada. Habían pasado cuatro años. Le parecía estar viendo las columnas, relucientes de hielo bajo la luna. “Si no fuera tan vieja –pensó-, me pondría en caminode buena gana. Pero no sería lo mismo…”
-  No, no sería lo mismo –murmuró. La nieve… Cuando viera nevar, todo habría acabado. Se olvidaría de todo. Se tumbaría y cerraría los ojos para siempre-. ¿Viviré hasta entonces? –musitó.”
Nieve en otoño es algo más que una novela centrada en el desarraigo y la inadaptación. A pesar de su brevedad, con pocas pinceladas entretejidas en los diálogos entre los personajes, asistimos a la destrucción de un sistema de vida, el de los terratenientes rusos, familias ricas, con servidumbre que hasta entonces no se había rebelado contra esta situación, que la aceptaba de buen grado porque sentía que tenía un lugar en estas familias. Como contrapunto, el trasfondo de la revolución, la quema de casas, las gentes con el odio y el deseo de venganza a flor de piel. La historia de los Karin, con la figura de Tatiana Ivanovna en primer plano, puede ser representativa de una época, pero son la fuerza y la pureza del estilo, la economía de medios con que opera la autora los elementos que, en mi opinión, convierten este breve relato en una obra emotiva e inolvidable, impregnada de humanidad, intemporal en la medida en que son intemporales las grandes obras de la Literatura.                                                                        

sábado, 8 de octubre de 2011

Poema del mes: Rosalía de Castro

Me propuse lo del poema del mes para dedicar un ratito especial a los poetas y a los poemas que me gustan. Disfrutar del placer de escoger algunos libros, hojearlos, releer ciertos poemas o entrar en otros por primera vez… Lo cierto es que la cosa me lleva bastante tiempo, pues voy de aquí para allá sin darme cuenta:  ahora un poema, ahora otro, y a ver este poeta, o el de más allá… Y a todo eso, dudas, interpretaciones, búsqueda de información para algunos casos…
Mi deseo es que el poema sea una invitación a la lectura y que si os gusta el texto, ese pequeño placer vaya unido al gusanillo de leer más o de saber más. Cada poeta y cada poema, me parece a mí, tienen su día y su momento. No siempre apetece lo mismo, ni siempre un texto concreto produce la misma impresión. El azar y la curiosidad juegan sin duda un importante papel, y ¿qué decir del estado de ánimo?

¿Por qué he pensado hoy en Rosalía de Castro? Al mirar entre los libros de poesía, he visto En las orillas del Sar. Y como siento una inclinación especial por el Romanticismo y por el Simbolismo, me gustan sus poemas, aunque estén tan teñidos de tristeza, melancolía y desesperanza.
El que he escogido hoy me gusta por su atmósfera de misterio.
Del antiguo camino a lo largo,
ya un pinar, ya una fuente aparece,
que brotando en la peña musgosa
con estrépito al valle desciende.
Y brillando del sol a los rayos
entre un mar de verdura se pierden,
dividiéndose en limpios arroyos
que dan vida a las flores silvestres
y en el Sar se confunden, el río
que cual niño que plácido duerme,
reflejando el azul de los cielos,
lento corre en la fronda a esconderse.

No lejos, en soto profundo de robles,
en donde el silencio sus alas extiende,
y da abrigo a los genios propicios,
a nuestras viviendas y asilos campestres,
siempre allí, cuando evoco mis sombras,
o las llamo, respóndenme y vienen.
El clásico lugar ameno adquiere un aire diferente. Lo misterioso,  lo sombrío, la alusión al más allá, tan del gusto romántico, configuran un paisaje mental oscuro y enigmático. ¿Quiénes son las sombras de Rosalía?
La Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes dedica a Rosalía de Castro una de sus páginas de autor. Allí están sus obras completas y los magníficos y clarificadores estudios de la profesora Marina Mayoral.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Stefan Sweig: Casanova

Los libros antiguos y de pequeño formato siempre despiertan mi curiosidad. Cuando los veo me entran ganas de tocarlos y hojearlos. A veces el nombre del autor y el título escritos en el lomo resultan ilegibles.  Al abrirlos, me encuentro con sorpresas agradables, como si hallara un pequeño tesoro. Eso me ocurrió con el ensayo de Stefan Sweig titulado Casanova, que pertenece a una trilogía titulada Tres poetas de su vida, de 1928. Este pequeño volumen fue publicado por la Editorial Apolo, de Barcelona, en 1951.
No se trata de una biografía en sentido estricto, ni tampoco, a mi entender, de una biografía novelada, pues el acento no recae en los hechos de la vida de Casanova, sino que es un ensayo biográfico,  una visión interpretativa de su personalidad fundamentada en las memorias de este interesante y famoso personaje. En 1928 Stefan Sweig se quejaba de la actuación de la casa editorial F. A. Brockhaus, propietaria del manuscrito original, que hasta la fecha nunca fue publicado en una edición íntegra y fidedigna. Así que los textos que sin duda manejó habían sufrido manipulaciones debidas a la censura. (A día de hoy, la editorial Atalanta ha publicado la edición crítica en español del texto íntegro de Historia de mi vida, de Giacomo Casanova en dos volúmenes. Mauro Armiño, el traductor, ha recibido el Premio Nacional a la mejor traducción 2010)
En Casanova Stefan Sweig  se centra en la psicología del personaje. Se interesa más por cómo es el ser humano que por los hechos concretos y las fechas precisas de los acontecimientos de su vida. Es un análisis psicológico de un hombre que fue ciertamente un aventurero vocacional -no por necesidad como otros contemporáneos suyos-, que vivió intensamente teniendo como metas el placer y la libertad, sin ataduras de ningún tipo, disfrutando con la conquista amorosa, de la seducción, del juego, de la relación social, de la vida, en suma.
A lo largo de nueve capítulos Stefan Sweig va desglosando los variados aspectos del carácter y de la actitud ante la vida de Casanova, hombre adaptable, versátil, atrevido, siempre seguro de sí mismo. Su fama de seductor oscureció muchas veces su amplia cultura, su formación humanística y sus grandes dotes para muchas y muy diversas actividades a las que se dedicó de forma esporádica y circunstancial. Un hombre de gran inteligencia que prefirió no ser nada si no era ser libre. Ser algo suponía siempre ataduras y limitaciones.
“Su inteligencia es pronta y su memoria tan prodigiosa que, después de setenta años, recuerda las fisonomías, lo que ha oído y lo que ha leído. Todo eso le da el rango de casi un sabio, casi un filósofo y casi un caballero.
Sí, pero siempre hay un casi. Y eso es la marca distintiva y característica del talento de Casanova. [..] Como dilettante sabe de todo: sabe artes, sabe ciencias y sabe mucho, más de lo que pudiera creerse; pero siempre le falta un poquitín para ser algo completo, y es que carece de voluntad, de decisión, de paciencia. […] Nunca quiere hacer nada básico. Su naturaleza –naturaleza de actor, de comediante y de jugador- repele todo lo que sea algo serio, y su embriaguez de vida desprecia todo lo que pueda ser útil u honrado. Casanova no quiere ser nada, pues le basta con parecerlo.”
Stefan Sweig nos descubre un maestro en el arte de vivir y en el arte de amar:
“Un ser como él no necesita simular nada, no necesita adornarse ni meditar astucias en el arte de seducir: Casanova no necesita más que dejarse llevar por su deseo, por su pasión y ésta lo hace todo por él. Por eso sería inútil que los jóvenes quisieran aprender de este maestro el secreto de sus éxitos, en vano hojearían el maravilloso ars amandi que son sus Memorias: el arte de seducir no se aprende en los libros, como de nada sirve para convertirse en poeta el leer los mejores poemas. No es dado aprender nada de este maestro, pues no existe ninguna táctica, ningún truco especial de Casanova. Todo su secreto reside en la sinceridad de su deseo y en el modo de reaccionar su naturaleza pasional.”
Ser un Casanova, como ser un don Juan, es sinónimo de ser un seductor, aunque con notables diferencias. Lo que en Casanova es gusto por la mujer, por lo femenino, por el placer, en don Juan es desconfianza y afán por rebajar y destruir a las mujeres.
“Las mujeres que se entregan a Casanova, por el contrario, le recuerdan como a un dios y rememoran con placer su aventura, porque no solamente no han sido destrozados sus sentimientos, no solamente no las ha dañado en su feminidad, sino que ha hecho que se encontraran más a sí mismas. Don Juan enseña a las mujeres a odiar la unión carnal como humillación, envilecimiento, como momento infernal, como caída en el pecado; pero Casanova, como buen magister articum eroticarum, les hace reconocer en el goce sexual el verdadero sentido, el delicioso deber primordial de su naturaleza femenina.”
Casanova es el hombre que vive el presente, que lleva a la práctica absolutamente el carpe diem, pues su esplendor como seductor y aventurero declina con la edad. Para las conquistas amorosas, para la aventura y los viajes se necesita tener salud y fuerza física.  Más allá de los cuarenta años es ya todo decadencia, las mujeres le van abandonando, su presencia en los salones ya no es bien acogida. En su vejez, enfermo, triste y amargado, amparado bajo el cargo de bibliotecario del conde de Waldstein, su protector, sólo revive poniendo por escrito su vida y sus recuerdos.
En esta obrita que a mí me ha parecido amenísima e interesante, Stefan Sweig nos expone con su habitual viveza de estilo, con gran riqueza de apreciaciones y matices el desarrollo, el esplendor y la decadencia de un extraordinario personaje, de un hombre cuya figura no ha hecho sino crecer con el paso del tiempo. Al acabar la lectura comprendemos la razón de tanta fama: era un hombre excepcional y como tal vivió una vida también excepcional. Sus memorias, a juicio de Stefan Sweig,  constituyen una panorámica completísima de la vida en el siglo XVIII. Como biografía,  contienen inexactitudes en  beneficio del autor o de la anécdota, pero como texto literario alcanzan una altura inusual por el valor del texto narrativo y porque Casanova se revela como un escritor auténtico, que se expresa sin tapujos y sin concesiones a la moral.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Stefan Sweig (Recordando a don Juan Hernández Mora)

Llevo leyendo a Stefan Sweig desde que tenía 16 años. Don Juan Hernández Mora, mi profesor de Literatura durante mis estudios de Bachillerato, nos animaba a leer de todo, de todo lo bueno, se entiende, mediante una especie de subasta de libros en la clase. Una subasta muy sui generis, en la que nada se compraba y nada se apuntaba, sino que él, desde la tarima, agitaba un libro, que tanto podía ser de Ortega y Gasset, como de Unamuno o de algún importante autor extranjero y decía en voz alta:
-          ¡La tía Tula, de Unamuno!
Cuatro o cinco alumnas saltaban de sus pupitres y corrían hacia don Juan gritando:
-          ¡Yo! ¡Yo! ¡Yo!
Entonces don Juan daba precipitadamente el libro a la primera mano que llegaba hasta él. La alumna se lo llevaba, tan feliz, dispuesta a leerlo y a extraer de él frases con las que elaboraba fichas de conceptos, que a final de curso entregaba a don Juan en una hermosa caja de zapatos llena hasta los topes de cartulinas con las ideas más geniales o peregrinas que podían hallarse en aquellos libros de la biblioteca del instituto. Una peculiar metodología, si la juzgamos según criterios pedagógicos actuales.
No obstante, yo le debo a don Juan Hernández Mora el haber conocido desde mi adolescencia a una serie de autores, entre ellos Stefan Sweig, que además de enseñarme muchas cosas, me hicieron disfrutar de la lectura de una forma apasionada, deseando siempre más. Recuerdo las biografías de María Antonieta y de Fouché, leídas a todas horas como se devora una novela de suspense. A lo largo de los años he ido leyendo diversos libros de Stefan Sweig. He hallado en ellos sin excepción aquella fuerza narrativa, aquella misma capacidad de hacer vivir personajes históricos o ficticios y de atraparme desde las primeras líneas. Cada vez que cae en mis manos una obra de Stefan Sweig acude a mi mente el recuerdo de don Juan y pienso en la suerte que tuve de poder leer y disfrutar con aquellos libros tan apasionantes.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Pedro Salinas: Cartas a Katherine Whitmore

La voz a ti debida, Razón de amor y Largo lamento constituyen la trilogía que da forma poética a la relación de amor y de amistad entre Pedro Salinas y Katherine Whitmore entre 1932 y 1947. Desde 2002 contamos con un documento precioso y clarificador del sentido de los tres poemarios: las cartas que Pedro Salinas envió a esta mujer que llegó a convertirse en la inspiradora de muchos de los más bellos poemas de amor de la literatura española contemporánea. Este epistolario publicado por Tusquets, editado y prologado por el profesor Enric Bou, contiene también un apéndice con un texto de la propia Katherine Whitmore en el cual explica las circunstancias de su relación con Salinas.
Durante muchos años la crítica literaria había especulado larga e infundadamente sobre la existencia de una mujer real detrás de los versos de los libros que componen la famosa trilogía. Muchos críticos consideraban que Pedro Salinas se refería bien a su esposa, bien a una amada imaginaria. Muy pocos amigos –entre ellos Jorge Guillén- estaban al corriente de la relación entre Salinas y  Katherine Whitmore, joven profesora norteamericana y mujer real a quien el poeta conoció en Madrid en 1932.
Esta relación sentimental fue en buena parte epistolar, pues entre 1932 y 1947 se vieron en contadas ocasiones. Es decir, que tanto la obra poética formada por la trilogía como el epistolario que materializa esta apasionada relación amorosa tienen un importante componente mental, por no decir imaginario, que no creo que fuera un adjetivo apropiado. Lejos de la mujer que ama, la mente del poeta enamorado  sublima y recrea con la palabra el sentimiento, la emoción, la exultante felicidad, la tristeza, la añoranza, la duda, la exaltación, el dolor… La ausencia magnifica y eleva la imagen de la mujer amada en la distancia y el recuerdo. Transcribo un fragmento de la carta 79, fechada en Madrid, del 28 de febrero de 1933:
“¿Conque tus amigos se quejan de no verte? Lo mismo me pasa a mí. Me encuentran cambiado, desigual, preocupado a veces, alegre sin motivo aparente otras. Y es, claro, que ignoran toda mi vida nueva e invisible. Ignoran todos esos hilos, tan sensibles y tan indestructibles que me unen con un ser amado, y que tú tienes en tu mano. Esos hilos tiran de mí, me ponen en pie, otras veces se aflojan, me debilito. Todo sigue la alternativa de color y esperanza con que nuestro amor me apresa por el alma. Es curioso, nunca me pasó esto de tener las razones de vivir más poderosas tan lejos, tan invisibles. No estar alegre o triste por el color del cielo que vemos al levantarnos, por nuestros actos del días, sino por motivos sin color ni cuerpo, por causas aéreas, inaprehensibles, sin materia, como sombra. En torno mío tengo, sí, algunas razones para estar más o menos contento, sobre todo para estar menos (recuerda los disgustos de los días pasados), pero lo que decide el temple de mi alma, la orden final, el rumbo decisivo hacia la alegría o el desánimo, viene siempre del otro lado del mar, de ti. Y no son sólo tus cartas, no, las que juegan con mi alma como el mar con su agua (un día a serenidad y azul, otro a tormenta y gris), no, sino mis figuraciones sobre nuestro amor, sobre su estado presente y su futuro. Me doy cuenta de su infinita delicadeza, su fuerza y su fragilidad, al mismo tiempo.”
Jorge Guillén contribuyó a que se salvara esta colección de cartas, pues logró vencer las reservas de la destinataria ante la posibilidad de que fueran publicadas. Así, Katherine Whitmore en 1979, tres años antes de morir, las donó a la Houghton Library de la Universidad de Harvard. Han podido ser consultadas desde 1999. Se han perdido las que Katherine envió a Pedro Salinas y, por tanto, solo conocemos una parte de esta historia.
Este epistolario no es tan solo un documento interesante para los estudiosos de la literatura, es en sí una preciosa obra literaria y un documento humano de primer orden. En muchas ocasiones cartas y poemas forman un todo. Algunas cartas poseen el valor de un poema y algunos poemas tienen su eco en las cartas. Son una delicia, son maravillosas. Llenas de anécdotas y de análisis nunca aburridos de los sentimientos del poeta. Es el despliegue de lo que un amor apasionado provoca en un espíritu sensible y cultivado, hasta el punto de que esas cartas contienen toda una filosofía del amor, al igual que la contienen los poemas de La voz a ti debida.
Si algún devoto de Salinas no ha leído aún estas cartas, ¡que lo haga cuanto antes! Leerlas implica seguir la historia de amor entre el poeta y su amante, conocer las vicisitudes de esta relación. Cada carta es una pequeña joya literaria de profundo valor humano. Leer estas cartas es un placer, es disfrutar de esos buenos momentos que son un regalo para los amantes de la lectura y de la poesía.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Cristina Morató: Divas rebeldes


En Divas rebeldes nos encontramos con una serie de nombres archiconocidos. A lo largo de muchos años los lectores asiduos de periódicos y revistas nos fuimos enterando de la vida, de las alegrías y las penas de una serie de mujeres famosas por muy diversas razones, pero sobre todo por el glamour que las caracterizó. Esta es quizá la nota común a todas ellas, pues en todo lo demás fueron bien distintas.
Cristina Morató, periodista y escritora que se ha interesado también por las grandes viajeras y exploradoras de la historia, nos brinda con su libro la ocasión de adentrarnos un poco en las biografías de siete mujeres célebres del siglo XX: María Callas, Coco Chanel, Wallis Simpson, Eva Perón, Barbara Hutton, Audrey Hepburn y Jackie Kennedy. Como explica la autora en el capítulo final de agradecimientos, fue Eduardo Sánchez Junco quien le propuso escribir para la revista ¡Hola! estas biografías que ahora ha revisado y ampliado. Una amplia bibliografía da fe del trabajo de documentación que Cristina Morató ha llevado a cabo para escribir su libro, ilustrado con fotografías de cada una de las mujeres mencionadas.
Divas rebeldes es una obra muy amena e interesante, escrita en un estilo directo, claro y conciso, muy propio del periodismo. Nos ofrece una visión objetiva y humana de cada personaje, destacando lo más relevante sin emitir juicios de valor tendenciosos. El relato de los hechos biográficos se acompaña en todo momento de multitud de anécdotas y de testimonios que contribuyen a perfilar la personalidad y el temperamento de cada mujer. Así, luchadoras salidas de la nada como María Callas, Coco Chanel o Eva Perón contrastan con otras como Barbara Hutton, que de pequeña era la niña más rica del mundo, o con Jackie Kennedy, nacida en una acomodada familia de la high society neoyorquina.
Lo más interesante, a mi modo de ver, es que en algunos casos la actitud ante la vida de algunas de ellas,  sus ambiciones y objetivos personales  marcan su destino más poderosamente que las circunstancias externas e influyen sobre los acontecimientos históricos. En este sentido, Eva Perón y Wallis Simpson son dos ejemplos de mujeres a quienes su ambición las lleva a unirse a hombres poderosos con quienes pasan a formar parte de la Historia con mayúsculas. En otros, el peso de la infancia o de la familia será determinante y crucial para el desarrollo de la personalidad de mujeres como Maria Callas, Audrey Hepburn o Barbara Hutton, de vidas muy diferentes, pero todas con la huella de una infancia dura y difícil.
La belleza, el encanto, el talento y el glamour no garantizaron a estas siete mujeres una vida fácil ni siempre feliz. La fama y el éxito no fueron de la mano con la felicidad en el amor para Maria Callas, tan enamorada de Aristóteles Onassis, quien la dejó para casarse con Jackie Kennedy después de tenerla como amante durante años y de hacerle sufrir dolorosas humillaciones. O para Barbara Hutton, quien se casó siete veces y nunca conoció un amor de verdad. Jackie Kennedy, por su parte, mujer que alcanzó gran proyección e influencia, que marcó un cambio de estilo en la Casa Blanca, soportó estoicamente, sostenida por un carácter reservado y perfeccionista, las incontables infidelidades de John F. Kennedy.
Dos personajes bien distintos, en mi opinión, destacan en Divas rebeldes por una coherencia que articula su vida de principio a fin: la diseñadora Coco Chanel y la actriz Audrey Hepburn. Su vida, su trabajo, sus proyectos personales, sus amores y desamores, sus grandes logros en la moda y en el cine y su larga y perdurable influencia nacen de una sola y poderosa fuente: la fidelidad a sí mismas.