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lunes, 27 de junio de 2011

Asne Seierstad: El librero de Kabul

El único libro sobre Afganistán que había leído hasta ahora es Caravanas y de eso hace una eternidad. Recuerdo que no podía dejarlo ni un momento y que me causó  una viva impresión. El librero de Kabul, de Asne Seierstad, me lo he leído en dos días y he disfrutado con él. No es una novela, aunque en algunas webs aparece clasificado como tal, sino el relato de las anécdotas, situaciones, escenas, vivencias y testimonios proporcionados por una familia afgana. Cuenta la autora en el prólogo que conoció a un librero de Kabul, Sultán Khan en el libro, quien le invitó a su casa y le presentó a su familia. Se encontró con unas personas y con un  ambiente que despertaron en ella el deseo de escribir un libro sobre Afganistán y su gente. Sultán Khan y su familia accedieron a que Asne Seierstad viviera con ellos una temporada con el objetivo de recabar información para su libro.
Es la historia, y también las historias, de una familia que no es del todo típica, pues no se trata de gente del campo, sino de ciudad, de Kabul. Es gente como de clase media en lo que es la sociedad afgana, pues algunos miembros tienen estudios, inquietudes culturales, algo de dinero y no pasan hambre, aunque la casa donde viven dista mucho de corresponderse con lo que en Occidente se considera la vivienda de una familia de clase media. Sultán Khan, el librero, compra y vende libros, posee piezas de coleccionista, se dedica a trabajos de edición y podría ser calificado de pequeño editor y de suministrador de libros a bibliófilos. Sobre todo es un comerciante muy activo en este negocio.
Su familia es variopinta. A través de las historias y vivencias de los personajes que la componen nos hacemos una idea cabal de la situación social, económica, política, ideológica y religiosa de Afganistán en las últimas décadas. Es un pequeño apunte histórico en el que destaca la época de dominio de los talibanes y lo que éste representó de salto hacia atrás y de hundimiento total en la negra noche de oscurantismo y opresión para las gentes de Afganistán.
En los relatos de las vidas de los hombres y de las mujeres de la familia de Sultán Khan destacan con nitidez dos aspectos: la situación de las mujeres  y la frustración de los hombres jóvenes. La mujer afgana vive anulada, como un objeto propiedad del hombre, sin que se le reconozcan autonomía y derechos de ninguna clase, ni a nivel público y social, ni a nivel privado. Es víctima del peso opresivo de una sociedad arcaica que concede todo el poder al hombre. Las mujeres no son libres para ganarse la vida, ni para casarse, ni para tener amistades de ambos sexos, ni para salir a la calle.  Bibi Gul, madre de Sultán, Sharifa y Sonya, esposas de Sultán, Leila y Shakila, sus hermanas, son ejemplos concretos de esta situación. Los jóvenes viven supeditados a las relaciones de poder que se establecen en las familias.  El cabeza de familia es como el jefe de un clan que  influye poderosamente sobre las vidas de los hombres más jóvenes. Sultán Khan no tiene ningún escrúpulo en utilizar a sus hijos para sus propios fines económicos, sin respeto por sus deseos de estudiar o de independizarse.
Sultán Khan, el librero de Kabul, contrario a los talibanes, amante del saber y del progreso,  no es en absoluto lo que consideraríamos un hombre de mentalidad abierta: es autoritario, despiadado, egoísta. Es el patriarca en una familia de una sociedad  arcaica, muy jerarquizada y desigual, en cuyo peldaño inferior se hallan las mujeres.
Entre las figuras femeninas destaca Leila. Hermana menor de Sultán, vive sometida a su madre, a su hermano y al resto de la familia, como una sirvienta sobre la que todos parecen creer que tienen derecho. Su corazón está oprimido, sus deseos asfixiados, su empeño en trabajar y aprender se ve frustrado una y otra vez. Nadie la valora, su vida es triste, más triste que la de las otras mujeres de la familia y, sin embargo, tiene un corazón de oro.
Leyendo El librero de Kabul se hace patente el hecho de que una sociedad arcaica, en el sentido histórico y antropológico de la palabra, no cambiará de la noche al día con la intervención de países extranjeros, ya sean rusos o americanos. Sus estructuras sociales, sus creencias y sus formas de vida no tienen nada que ver con Occidente: la democracia no puede exportarse a otro país como si fuera una canasta de naranjas. La democracia es un sistema de creencias políticas y sociales que o es compartida por los miembros de una sociedad o no puede desarrollarse.
Por debajo de estas consideraciones, en todos los capítulos del libro late un aliento especial: la humanidad de los personajes, en lo bueno y en lo malo. Es un libro que puede interesar a cualquier lector con curiosidad por saber cómo es la vida de algunas gentes de Afganistán, cómo piensan y cómo sienten.

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