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sábado, 10 de marzo de 2012

Irène Némirovsky: Suite francesa (II)


Suite francesa es una novela de protagonista colectivo. Discurren por ella muchos personajes, y aunque es cierto que unos acabarán teniendo más peso que otros, no es la historia de unos pocos, sino de una colectividad representada por los hombres, mujeres, niños y jóvenes que protagonizan los breves pero numerosos capítulos de la novela. Irène Némirovsky ofrece una panorámica de la sociedad francesa ante la ocupación del país por las tropas alemanas. Cuando empecé a leerla me recordó Manhattann Transfer (1925) de John Doss Passos. Ello no significa necesariamente que esta novela fuera el modelo o el referente literario en el que Némirovsky pudo inspirarse, porque no lo sé, pero ambos escritores optaron por un modelo narrativo muy parecido para un mismo objetivo: conceder protagonismo a la colectividad, ya fuera una ciudad o un país.
Irène Némirovsky había previsto una obra dividida en cinco partes, de las que solo pudo completar las dos que componen Suite francesa tal como nos ha llegado. La primera, titulada “Tempestad en junio” se centra en el éxodo de los parisinos ante la inminente entrada en la ciudad del ejército alemán; la segunda, “Dolce”, transcurre en Bussy, pequeño pueblo en el que se instalan los soldados alemanes.
En “Tempestad en junio” la gente huye de París atemorizada e incrédula a partes iguales. No todos los personajes reaccionan igual. La gente que se va, que abandona precipitadamente la ciudad y su casa, tiene que elegir qué se lleva de entre todo cuanto debe dejar. Por este trance pasan todos: ricos, clase media, pobres… Hay un fragmento que me parece especialmente hermoso acerca de lo que supone dejarlo todo atrás y tener que escoger entre lo importante y lo esencial:
No se veía una sola ventana iluminada. Empezaban a salir las estrellas, estrellas de primavera, con destellos plateados. París tenía su olor más dulce, un olor a castaños en flor y gasolina, con motas de polvo que crujen entre los dientes como granos de pimienta. En las sombras, el peligro se agrandaba. La angustia flotaba en el aire, en el silencio. Las personas más frías, las más tranquilas habitualmente, no podían evitar sentir aquel miedo sordo y cerval. Todo el mundo contemplaba su casa con el corazón encogido y se decía: “Mañana estará en ruinas, mañana ya no tendré nada. No le he hecho daño a nadie. Entonces, ¿por qué?” Luego, una ola de indiferencia inundaba las almas: “¿Y qué más da? ¡No son más que piedras y vigas, objetos inanimados! ¡Lo esencial es salvar la vida!” ¿Quién pensaba en las desgracias de la Patria? Ellos, los que se marchaban esa noche, no. El pánico anulaba todo lo que no fuera instinto, movimiento animal y trémulo del cuerpo. Coger lo más valioso que se tuviera en este mundo y luego… Y esa noche sólo lo que vivía, respiraba, lloraba, amaba, tenía valor. Raro era el que lamentaba la pérdida de sus bienes; la gente cogía en brazos a una mujer o un niño y se olvidaba de lo demás. Lo demás podía ser pasto de las llamas.”
Esa situación que los personajes difícilmente podían imaginar que llegarían a vivir les pone a prueba, les arranca cualquier máscara y les muestra tal como son. Irène Némirovsky nos traslada directamente a los escenarios donde se desarrollan las escenas vividas por quienes escapan de París en busca de un lugar seguro. Concisamente, con las palabras precisas, con unas pocas pinceladas descriptivas recrea un lugar, un ambiente, un carácter. Algunos personajes, como Gabriel Corte, tienen actitudes tan mezquinas que rozan el esperpento, otros son humanos y generosos, como los Michaud. Hay de todo entre ellos. La multitud lo ocupa todo: hoteles, restaurantes, tiendas, plazas, calles, viviendas particulares, el campo… Todos siguen el mismo camino a duras penas, trabajosamente cargados con los enseres que han logrado meter en los coches.  Esa situación no les libra de mostrarse como miembros de una u otra clase social, pues personajes como los Péricand o Corte tienen una perfecta y clara conciencia de pertenecer a una clase superior.
No hay en la novela juicios de valor, la narradora no juzga a sus personajes, simplemente los muestra en su conducta y en su forma de enfocar las situaciones. La narración, la descripción y el diálogo se combinan con el estilo indirecto libre para ofrecer una visión completa de cada personaje, que queda perfectamente definido. A medida que uno va leyendo, se ve que la visión de conjunto de la sociedad francesa ante la ocupación alemana viene dada precisamente por la suma de historias individuales.
La segunda parte, “Dolce”, muestra a los habitantes de Bussy, pequeño pueblo en una zona rural, que deben alojar en sus casas a los soldados alemanes. Como en la primera parte, la situación forzada en que se hallan –la obligación de convivir con el enemigo en sus propias casas- les revela a cada uno en su individualidad, muestra su temor, su rencor, sus ilusiones truncadas, sus fuerzas y sus debilidades, sus prejuicios, su bondad o su mezquindad. Los soldados alemanes, jóvenes la mayoría, no son mostrados como criminales diabólicos, sino como seres humanos educados y con sentimientos, que por su parte están también viviendo una experiencia que no habrían elegido, pues ellos también han tenido que dejar una familia y una vida en su país, y no saben si regresarán vivos de esta guerra.
Dolce” sirve entre otras cosas, a mi modo de ver, para tratar una de las cuestiones que se da en situaciones de guerra en las que hay convivencia o relación entre las partes enfrentadas: los lazos de amistad y de amor que en mayor o menor medida acaban formándose entre seres humanos que en principio son enemigos. Este es un tema que subyace bajo el entramado social que vibra en este pequeño pueblo: los campesinos, los propietarios acomodados, la pequeña nobleza rural… todos se conocen, se envidian o se temen, se vigilan mutuamente.
Un último tema deseo señalar en Suite francesa: la naturaleza como marco y contexto último para todos los seres vivos. En la primera parte Albert, un gatito urbano que debido a la huida de París de sus amos, que le han llevado con ellos, descubre y disfruta de la vida salvaje. En sus correrías nocturnas, al seguir sus instintos descubre una nueva fuerza, se reencuentra con su ser animal, abandona momentáneamente la vida protegida y sosa de gato doméstico. En el fondo, los demás personajes, al tener que abandonar sus cálidos hogares y la vida segura que habían tenido hasta entonces, siguen también una vida instintiva, la única que les permite sobrevivir o defenderse momentáneamente del caos que se ha producido con la invasión de Francia. En la segunda parte los seres humanos aparecen vinculados a la naturaleza y sus ciclos. La naturaleza les alimenta incluso en los peores momentos y sus ansias de vida o el desistimiento, el sentirse abandonado por las propias fuerzas, son como un reflujo del ir y venir de las estaciones. El duro y largo invierno parece que acaba con las fuerzas de Louise, un personaje de la segunda parte, pero al sentir la primera lluvia de primavera se abre un hueco para la esperanza cuando ya iba a dejarse morir.
La naturaleza, la sociedad y sobre este fondo las vidas humanas entretejidas.
De esta novela hay muchísimo que decir, cuanto más se reflexiona sobre ella y se releen fragmentos, más temas para el comentario van surgiendo. No puede ser tanta exhaustividad, el  blog es un género que impone sus límites y obliga a la selección y a la concisión. Así que he intentado ofrecer un apunte de cuanto me ha parecido más relevante, sabiendo que es solo un poco sobre una magnífica novela.

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