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martes, 17 de julio de 2012

Kate Morton: El jardín olvidado (II). Los símbolos

Cuando publiqué la reseña de El jardín olvidado ya mencioné que se trata de una novela cargada de simbolismo, hecho que la dota de profundidad y belleza literaria. Hoy comentaré los símbolos que me parecen más directamente relacionados con el argumento y con el título de la novela. He utilizado el Diccionario de los símbolos de Jean Chevalier y Alain Gheerbrant y voy a exponer los significados que en él se  atribuyen a determinados símbolos. Dejaré a juicio del lector la interpretación concreta de cada uno en relación con el argumento.

El símbolo es un signo que evoca otra realidad, que contiene un sentido oculto y misterioso que apela al fondo irracional del inconsciente, del sentimiento y la emoción. Funciona de manera global, como un todo significativo. El análisis y la descomposición de los elementos y significados del símbolo siempre se dan a posteriori, una vez ha realizado su función. Cuanto más universal es un símbolo, más riqueza y variedad de significados posee, a veces incluso contradictorios. 

El tema central de El jardín olvidado es el de la búsqueda de la identidad personal: la de Nell y la de Cassandra, nieta de Nell. Esa  temática se desarrolla a través del doble viaje emprendido por Cassandra: el viaje desde Australia a Inglaterra y el viaje hacia el pasado para descubrir la verdad acerca del origen familiar de su abuela.

El título de El jardín olvidado alude a un núcleo argumental de carácter simbólico en torno a estos elementos: el jardín, el laberinto, el árbol, el manzano, y el viaje. Como se aprecia leyendo esta historia, el viaje y el jardín son los símbolos primordiales, quedando los otros tres en un nivel secundario, aunque profundamente relacionados en un todo significativo.

Voy a partir de un texto del capítulo 35 (págs. 345-352), cuya acción transcurre en Cornualles, en 2005, cuando Cassandra va a cenar a casa de Julia y le explica el hallazgo de un jardín al fondo de la cabaña que heredó de su abuela: “Es un jardín oculto, un jardín amurallado al fondo de la cabaña. No creo que nadie haya estado dentro en décadas, y no me extraña, los muros son muy altos, completamente cubiertos por setos. Jamás sospecharías que está allí.” Es un jardín descuidado, pero no muerto, pues en él han sobrevivido las plantas y la estructura esencial. Destaca un árbol especial: “Deberías ver el manzano, debe de ser centenario”.

Después,  lee una anotación del cuaderno de recortes de Rose, donde esta cuenta cómo Eliza la llevó por el laberinto porque quería enseñarle algo:  

Con gran floritura, Eliza sacó una llave del bolsillo de su falda y antes de que tuviera tiempo de preguntarle de dónde había sacado semejante objeto, la puso en la cerradura. La hizo girar y empujó haciendo que la puerta se abriera lentamente.

Dentro, un jardín. Similar y sin embargo diferente a nuestros otros jardines. Para empezar, está completamente amurallado. Los muros de piedra lo rodean por los cuatro costados, interrumpidos sólo por dos puertas metálicas opuestas entre sí, una sobre la pared norte, y otra en la sur… […]

El jardín estaba bien cuidado y con pocas plantas. Tenía el aspecto de un campo en barbecho, esperando ser plantado cuando pasaran los meses invernales. En su centro, un ornado banco metálico junto a un bebedero de piedra para aves, y en el suelo había varios cajones de madera cargados con pequeñas plantas. […]

Va a ser nuestro, Rose, tuyo y mío. Un lugar secreto en donde poder estar juntas, sólo nosotras dos, tal como lo imaginamos cuando éramos pequeñas. Cuatro muros, puertas cerradas, nuestro paraíso. Incluso cuando no estés bien podrás venir aquí, Rose. Los muros lo protegen de los fuertes vientos del mar, así que podrás escuchar el cantar de los pájaros, oler las flores y sentir el sol en el rostro.

A continuación, Eliza invita a Rose a realizar una ceremonia especial: plantar el manzano.

-¿Qué clase de árbol es? –pregunté.
-Un manzano.
Debía haberlo sabido. Eliza siempre tenía el ojo atento al simbolismo, y las manzanas son, después de todo, las primeras frutas.

Al final de la novela reaparecen el laberinto y el jardín vinculados al desenlace de la acción.

En los antiguos jardines era frecuente la existencia de un laberinto, costumbre que sigue vigente en la actualidad. Según el Diccionario de los símbolos de Jean Chevalier y Alain Gheerbrant, el laberinto “conduce también al interior de sí mismo, hacia una suerte de santuario interior y oculto donde reside lo más misterioso de la persona humana”. En él se puede encontrar “la perdida unidad del ser”.  Otro de los significados dice que “la llegada al centro del laberinto, como al término de una iniciación, introduce en una logia invisible que los artistas de los laberintos han dejado siempre en el misterio, o, mejor, que cada uno puede llenar según la propia intuición o las afinidades personales". En cuanto al laberinto como proceso de transformación personal, “la transformación del yo que se opera en el centro del laberinto y que se afirma a plena luz al fin del viaje de retorno al término de este pasaje de las tinieblas a la luz, marca la victoria de lo espiritual sobre lo material y, al mismo tiempo, de lo eterno sobre lo perecedero, la inteligencia sobre el instinto, el saber sobre la violencia ciega.”

El jardín es “un símbolo del paraíso terrenal, del cosmos que lo tiene como centro, del paraíso celestial y de los estados espirituales que corresponden a las estancias paradisíacas.” Puede considerarse también un símbolo del orden frente al caos, de cultura frente a la naturaleza salvaje y de conciencia ante lo inconsciente. En la literatura puede aparecer asociado al locus amoenus por su carácter de oasis de paz, sombra, frescor o refugio. El jardín suele ser a veces un espacio cerrado, el hortus conclusus, lugar protegido por tapias o muros, que se convierten entonces en protecciones simbólicas.

Según el diccionario de Símbolos y alegorías, de Matilde Battistini, “el cercado representa la acción ordenadora del hombre sobre la naturaleza y de la razón sobre los impulsos inconscientes. El cercado subraya el valor iniciático del jardín, como territorio fronterizo entre el mundo de la naturaleza y el de la cultura. En la tradición cristiana el hortus conclusus es el símbolo de la Virgen María y del Paraíso Terrenal.” Según Chevalier y Gheerbrant, desde el punto de vista psicológico viene a ser una alegoría del sí mismo cuando en el centro se halla un gran árbol o una fuente.


El árboles un símbolo de la vida en perpetua evolución, […] sirve también para simbolizar el carácter cíclico de la evolución cósmica: muerte y regeneración”. Comunica los tres niveles del cosmos: el celestial, el terrenal y los infiernos. Reúne también los cuatro elementos: aire, agua, tierra, fuego. Es un símbolo de las relaciones entre el cielo y la tierra. Según las tradiciones judías y cristianas, el árbol simboliza la vida del espíritu y es también un símbolo femenino, pues surge de la tierra madre y da frutos. Modernamente, se considera al árbol símbolo de la vida a todos los niveles.  Se asimila a la madre, al manantial y al agua primordial. En el centro del  Jardín del Edén estaban el árbol de la vida y el del conocimiento del bien y del mal.


El manzano y su fruto se relacionan con el conocimiento y con la inmortalidad. Tiene la categoría de árbol sagrado en la tradición gala y en las tradiciones celtas la manzana es una fruta de ciencia, de magia y de revelación.

El viaje posee un rico y amplio simbolismo que se resume “en la búsqueda de la verdad, de la paz, de la inmortalidad, en la busca y el descubrimiento de un centro espiritual.” Está asociado a la peregrinación, a la superación de pruebas y a la progresión espiritual. Es una aventura y una búsqueda, pues expresa un profundo deseo de cambio interior y una necesidad de experiencias nuevas.

Creo que para los lectores que hayan disfrutado leyendo El jardín olvidado resultará agradable elaborar su propia interpretación del sentido de los elementos simbólicos a la luz del argumento de la novela. Esas notas que os dejo son fruto de mi interés por conocer el significado de los símbolos en la literatura y en el arte. Es una afición en la que encuentro un gran placer y diversión.

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