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viernes, 6 de julio de 2012

Françoise Sagan: Buenos días, tristeza

Aquel verano yo tenía  diecisiete años y era feliz del todo.” Así comienza Buenos días, tristeza después de un breve preámbulo referido a ese sentimiento. Después de muchísimos años he releído la primera novela de la escritora francesa Françoise Sagan (1935-2004). La leí por primera vez cuando tenía probablemente la misma edad de la protagonista, a los diecisiete o dieciocho años. Me gustó, encontré que era una novela interesante en la que una chica de mi edad vivía situaciones que aquí, en la España de principios de los años 70, cuando aún vivía el general  Franco, eran impensables totalmente. Recuerdo bien que una señora  mayor  a quien también agradaba la lectura, me puso reparos a esta novela, vino a decir que era un poco inmoral y que no había que hacerle mucho caso.

La publicación de Buenos días, tristeza en 1954, cuando Françoise Sagan tenía dieciocho años,  la lanzó a la fama literaria, pues se convirtió en un auténtico best seller. El director de cine Otto Preminger llevó la novela al cine, en una película protagonizada por David Niven, Jean Seberg y Deborah Kerr. Buenos días, tristeza fue una pequeña revolución en el panorama literario francés de la época. Recibió muchos ataques y condenas a causa de la temática y de la juventud de la autora, pero también muchas críticas elogiosas. Con ella, Françoise Sagan inició una larga carrera literaria, en la que destacan obras como ¿Le gusta Brahms? y Una cierta sonrisa.

El título procede de unos versos de un poema de Paul Éluard que ya comenté en la entrada anterior, y que comienza así: “Adiós tristeza/ Buenos días tristeza”. La alusión a la tristeza abre y cierra el relato tiñéndolo de suave melancolía. Es la tristeza que impregna la evocación de un momento decisivo del pasado.

En Buenos días, tristeza Françoise Sagan retrata la burguesía acomodada que se halla inmersa en el hedonismo y el hastío de una vida disipada, sin un rumbo claro, sin más proyecto que la diversión y la falta de complicaciones. Si repasamos la biografía de la escritora, veremos que hay en la novela elementos autobiográficos que se reflejan en Cecilia, la joven protagonista y narradora. La biografía de Françoise Sagan proyecta una alargada sombra sobre su producción literaria. Es fácil darse cuenta por poco que se indague entre algunos textos sobre Sagan que pueden encontrarse en la red. En algunos se concede más peso a la peripecia vital marcada por el alcohol y las drogas que a su producción literaria. A mí me parece que hay que valorar las creaciones literarias  independientemente del juicio que merezcan las vidas de los escritores.

Cecilia, joven de diecisiete años, huérfana de madre desde muy pequeña, relata sus recuerdos de un verano pasado en el sur de Francia con su padre y Elsa, la amante de este. Ella y su padre, hombre amable, ligero e inmaduro, forman un tándem indestructible y existe entre ellos una sólida complicidad. La llegada de Ana, antigua amiga de su madre, altera la vida cómoda y despreocupada en la que están felizmente instalados los tres. La forma de ser de Ana, sus criterios y su escala de valores chocan frontalmente con el tipo de vida y con la libertad a la que está habituada Cecilia. Cuando su padre anuncia que va a casarse con Ana, Cecilia se asusta solo de pensar en que la seria y sensata Ana dirigirá sus vidas, siente peligrar lo más preciado: su libertad. Entonces, traza un plan.

Buenos días, tristeza relata la toma de conciencia de sí misma de una joven en el deseo por disfrutar del amor, sin tener una certeza de qué puede ser este sentimiento que anda tan íntimamente unido al placer, a la diversión y al sexo. Es también la consciencia de la libertad personal de acuerdo con una escala de valores que en su momento chocó con las normas imperantes en Francia a mediados de los 50 y, cómo no, también en España al ser publicada la traducción.

“- Tú no piensas esas cosas –dijo Ana con una leve sonrisa de compasión-. Piensas poco en el mañana, ¿no? Es el privilegio de la juventud.
-Te lo ruego –le dije-, no me eches así en cara mi juventud. Me sirvo de ella tan poco como puedo; nunca he creído que me dé derecho a todos los privilegios y que por ella se me tenga que perdonar todo. No doy importancia a ser joven.
-¿A qué das importancia? ¿A tu tranquilidad, a tu independencia?
Me asustaban esas conversaciones, sobre todo con Ana.
-A nada –le dije-. Tú sabes que reflexiono poco.
-Me chocáis tu padre y tú. No pensáis las cosas, no servís para casi nada, no sabéis nada… ¿Os gusta ser así?
-Yo no me gusto. No tengo amor propio ni deseo tenerlo. Eres tú la que te obstinas en complicarme la vida y no pienses que te lo agradezca.

Algo destacable en Buenos días, tristeza es la coherencia, la lucidez que demuestra la autora siendo tan joven. El relato de Cecilia nos revela, por una parte, la ligereza juvenil, y por otra, una mente calculadora y manipuladora. En este sentido es importante descubrir la madurez de la autora en el despliegue del personaje principal. Cecilia parte de un buen conocimiento de sí misma, relata sus maquinaciones, nos muestra su conocimiento de la psicología de las personas que la rodean y la conciencia de estar manejando a la gente para alcanzar sus fines. La defensa del estilo de vida que llevan ella y su padre recorre la historia. Es precioso y entrañable el retrato que nos hace de este personaje tan querido:

“A nadie he querido como a él, y, de todos mis sentimientos de esa época, los que inspiraba mi padre eran los más estables, los más hondos, los que yo apreciaba más. Le conozco demasiado para hablar de él sin cierto reparo y me siento demasiado cerca de él. Sin embargo, para que su conducta parezca aceptable, he de hablar más de él que de los otros. No era un hombre vano ni un hombre egoísta. Era ligero, de una ligereza incurable. No puedo hablar de él como de un hombre incapaz de sentimientos profundos, como de un  irresponsable. En su amor por mí no había la menor ligereza, ni lo consideraba una simple costumbre de padre. Podía sufrir por mí más que por otro cualquiera. Y yo, recuerdo la desesperación que me entró la vez que él tuvo conmigo un gesto de indiferencia, y que su mirada se apartó de mí abandonándome. Nunca ponía sus pasiones antes que yo. Algunas noches, para llevarme a casa, había tenido que dejar perder lo que Webb llamaba “ocasiones magníficas”. Pero no puedo negar que, todo esto aparte, se entregaba al mejor placer, a la inconstancia y a la facilidad. No reflexionaba, o reflexionaba poco. Trataba de dar de todo una explicación fisiológica que le pareciera racional. “¿Te encuentras deshecha? Pues duerme más y bebe menos.” Cuando sentía el deseo violento de una mujer, nunca trataba de superarlo o de convertirlo en otro sentimiento más elevado. Era materialista, pero delicado, comprensivo y bueno.

Casi cuarenta años después de la primera lectura, me ha parecido una novelita preciosa y encantadora que ha resistido el paso del tiempo. Y esto significa algo ¿o no?

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